domingo, 30 de noviembre de 2014

Mujeres artistas que han hecho historia

Artemisia Gentileschi    1593 - 1656
            
"Esther y Asuero" de A. Gentileschi en el Metropolitan


Oh qué pintora!
Difícil me es explicar la suma de sensaciones que me provocó estar en frente de éste cuadro, y aún me estaban esperando más emociones. Al otro lado del recinto se encontraba una magnífica obra de su padre Orazio.  Qué placer haber podido admirar una obra de ésta gran artista italiana del barroco, otra de las grandes ausencias femeninas en la mayoría de los libros de Arte.

Las mujeres no tenían permitido su ingreso a la Academia del Disegno (academia del dibujo) en Florencia , Artemisia fue la primera. Los invito a conocer los detalles más relevantes que hicieron de ésta mujer, hija, esposa, madre de cinco hijos, una artista celebrada en su época. 


El 8 de julio de 1593 nació en Roma Artemisia, la hija del pintor Orazio Gentileschi, seguidor del estilo de Caravaggio. 

Susana y los Ancianos
A los 12 años pierde a su madre y queda al cuidado de su padre quien la guía en el arte de la pintura. Algunos mencionan como su primera obra "Susana y los Ancianos" pintada a los 17 años.






Algunas fuentes indican que a los 19 años Orazio la puso bajo la instrucción del pintor Agostino Tassi para que le enseñase perspectiva, ya que las escuelas de Bellas Artes  no permitían la inscripción de mujeres. En 1612, Tassi violó a Artemisa e intentó calmar la situación con promesas de matrimonio que no se cumplieron, ya que resultó ser casado, por lo que Orazio inició un juicio en su contra ante el Tribunal Papal. El proceso, que duró siete meses, fue tremendamente humillante y traumático. Artemisia relató con crudeza los hechos de su violación - testimonio que se conserva en los registros de la época-, fue sometida a exámenes ginecológicos y se le aplicaron instrumentos de tortura en los dedos para comprobar la veracidad de su relato. En el transcurso se pudo comprobar también que Tassi intentó asesinar a su esposa, a quien consiguió por violación, cometió incesto con su cuñada y quiso robar unas pinturas de Orazio, y por todo esto fue condenado a un año de prisión y el exilio de los Estados Pontificios. Para restablecer su honra, Artemisia contrajo matrimonio con un modesto pintor, Piero Antonio Stiattesi, un mes después del juicio. 

Posteriormente, 
en su obra


"Judith decapitando a Holofernes (1612 - 1613), se dice que la artista reflejó su sufrimiento emocional en el gesto casi placentero y de intensa determinación de Judith al realizar el acto, nunca antes representado de ésta manera.
En 1614 Artemisia y su marido se mudaron a Florencia, donde la artista fue la primera mujer en ser admitida en la Academia del Disegno. Pudo relacionarse con artistas reconocidos, conseguir el patronazgo de personas importantes, como el duque CósimoII de Médici y la duquesa Cristina y tuvo una relación con Galileo Galilei.
Probablemente de ésta época es otra "Judith Decapitando a Holofernes" que es considerada su obra maestra,
de mayores dimensiones que la anterior, con los rasgos de su rostro en Judith y de Tassi en Holofernes, hoy ubicada en la galería de los Uffizi.



De ésta época también es "Judith con su doncella", que muestra su maestría en los efectos de iluminación con velas, hoy en el Detroit Institute of Arts

En Florencia, Artemisia tuvo cuatro hijos y una hija. Las dificultades de la mala administración financiera y los problemas con su esposo la trasladaron a Roma con su hija Prudenzia. Allí fue celebrada como una gran artista. A pesar de los honores, Roma no fue muy rentable y se trasladó a Venecia entre 1627 y 1630, en donde está documentado que recibió grandes homenajes alabando la calidad de su pintura. Es probable que de ésta época sea "Esther y Asuero", obra que muestra la influencia de la iluminación de la escuela veneciana, hoy se encuentra en el Metropolitan Museum of Art
En 1630 viajó a Nápoles, donde permaneció por el resto de su vida, exceptuando una breve residencia en Londres. Fue muy apreciada por personalidades como el Virrey Duque de Alcalá y los artistas que allí residían. Allí recibió por primera encargos de cuadros para una catedral, dedicados a San Genaro en el Anfiteatro de Pozzuoli. Pintó también el "Nacimiento de Juan Bautista" que se halla en el Museo del Prado.
 Es probable que la artista haya muerto durante la plaga que hubo en Nápoles en 1656, y fue practicamente olvidada después de su fallecimiento. 

Roberto Longhi, en un ensayo titulado "Gentileschi, padre e hija" del año 1916 manifiesta sobre Artemisia que fue " la única mujer en Italia que alguna vez supo algo sobre pintura, colorido, empaste y otros fundamentos". Las expresiones de Longhi aunque cuestionables, puesto que anteriormente existieron otras pintoras exitosas, como Sofonisba Anguissola, Lavinia Fontana  y Fede Galizia, contienen una valoración de la estatura de ésta gran artista, a pesar de lo cual no se generó un verdadero interés en ella hasta épocas más recientes en las que inspiró a escritoras, dramaturgas y cineastas.




Orazio Gentileschi - Danae





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Continuando el recorrido por el Metropolitan, te encuentras con con ésta magnífica obra de Orazio Gentileschi, padre de Artemisia. La sensación de ver las monedas volar por el aire era difícil de creer que no era realidad sino un efecto óptico. Lastima que no se pueda compartir esa impresión a través de una pantalla. 


sábado, 15 de noviembre de 2014

Arte Contemporaneo



¿Arte Contemporáneo ? o ¿caca de elefante? 



Les comparto las palabras  de MARIO VARGAS LLOSA, escritas en el  año  1997 poseen una cierta vigencia, y pintan el panorama del arte contemporáneo de un modo ....¿cómo decirlo?, bueno, tal vez despues de leerlo quieran poner algún adjetivo a éste artículo, o al arte contemporáneo. 


Caca de elefante  - Mario Varga Llosa 

En Inglaterra, aunque usted no lo crea, todavía son posibles los escándalos artísticos. La muy respetable Royal Academy of the Arts, institución privada que se fundó en 1768 y que, en su galería de Mayfair suele presentar retrospectivas de grandes clásicos, o de modernos sacramentados por la crítica, protagoniza en estos días uno que hace las delicias de la prensa y de los filisteos que no pierden su tiempo en exposiciones. Pero, a ésta, gracias al escándalo, irán en masa, permitiendo de este modo -no hay bien que por mal no venga- que la pobre Royal Academy supere por algún tiempito más sus crónicos quebrantos económicos.

¿Fue con este objetivo en mente que organizó la muestra Sensación, con obras de jóvenes pintores y escultores británicos de la colección del publicista Charles Saatchi? Si fue así, bravo, éxito total. Es seguro que las masas acudirán a contemplar, aunque sea tapándose las narices, las obras del joven Chris Ofili, de 29 años, alumno del Royal College of Art, estrella de su generación según un crítico, que monta sus obras sobre bases de caca de elefante solidificada. No es por esta particularidad, sin embargo, por la que Chris Ofili ha llegado a los titulares de los tabloides, sino por su blasfema pieza Santa Virgen María, en la que la madre de Jesús aparece rodeada de fotos pornográficas.

No es este cuadro, sin embargo, el que ha generado más comentarios. El laurel se lo lleva el retrato de una famosa infanticida, Myra Hindley, que el astuto artista ha compuesto mediante la impostación de manos pueriles. Otra originalidad de la muestra resulta de la colaboración de Jack y Dinos Chapman; la obra se llama Aceleración Zygótica y, ¿cómo indica su título?, despliega a un abanico de niños andróginos cuyas caras son, en verdad, falos erectos. Ni qué decir que la infamante acusación de pedofilia ha sido proferida contra los inspirados autores.
Si la exposición es verdaderamente representativa de lo que estimula y preocupa a los jóvenes artistas en Gran Bretaña, hay que concluir que la obsesión genital encabeza su tabla de prioridades. Por ejemplo, Mat Collishaw ha perpetrado un óleo describiendo, en un primer plano gigante, el impacto de una bala en un cerebro humano; pero lo que el espectador ve, en realidad, es una vagina y una vulva. ¿Y qué decir del audaz ensamblador que ha atiborrado sus urnas de cristal con huesos humanos y, por lo visto, hasta residuos de un feto?

Lo notable del asunto no es que productos de esta catadura lleguen a deslizarse en las salas de exposiciones más ilustres, sino que haya gentes que todavía se sorprendan por ello. En lo que a mí se refiere, yo advertí que algo andaba podrido en el mundo del arte hace exactamente treinta y siete años, en París, cuando un buen amigo, escultor cubano, harto de que las galerías se negaran a exponer las espléndidas maderas que yo le veía trabajar de sol a sol en su chambre de bonne, decidió que el camino más seguro hacia el éxito en materia de arte, era llamar la atención. Y, dicho y hecho, produjo unas `esculturas' que consistían en pedazos de carne podrida, encerrados en cajas de vidrio, con moscas vivas revoloteando en torno. Unos parlantes aseguraban que el zumbido de las moscas resonara en todo el local como una amenaza terrífica. Triunfó, en efecto, pues hasta una estrella de la Radio-Televisión Francesa, Jean-Marie Drot, le dedicó un programa.

La más inesperada y truculenta consecuencia de la evolución del arte moderno y la miríada de experimentos que lo nutren es que ya no existe criterio objetivo alguno que permita calificar o descalificar una obra de arte, ni situarla dentro de una jerarquía, posibilidad que se fue eclipsando a partir de la revolución cubista y desapareció del todo con la no figuración. En la actualidad todo puede ser arte y nada lo es, según el soberano capricho de los espectadores, elevados, en razón del naufragio de todos los patrones estéticos, al nivel de árbitros y jueces que antaño detentaban sólo ciertos críticos.
El único criterio más o menos generalizado para las obras de arte en la actualidad no tiene nada de artístico; es el impuesto por un mercado intervenido y manipulado por mafias de galeristas y marchands y que de ninguna manera revela gustos y sensibilidades estéticas, sólo operaciones publicitarias, de relaciones públicas y en muchos casos simples atracos.

Hace más o menos un mes visité, por cuarta vez en mi vida (pero ésta será la última), la Bienal de Venecia. 
 Estuve allí un par de horas, creo, y al salir advertí que a ni uno solo de todos los cuadros, esculturas y objetos que había visto, en la veintena de pabellones que recorrí, le hubiera abierto las puertas de mi casa, aunque me lo suplicaran de rodillas.
El espectáculo era tan aburrido, farsesco y desolador como la exposición de la Royal Academy, pero multiplicado por cien y con decenas de países representados en la patética mojiganga, donde, bajo la coartada de la modernidad, el experimento, la búsqueda de "nuevos medios de expresión", en verdad se documentaba la terrible orfandad de ideas, de cultura artística, de destreza artesanal, de autenticidad e integridad que caracteriza a buena parte del quehacer plástico en nuestros días.

Desde luego, hay excepciones. Pero, no es nada fácil dectectarlas, porque, a diferencia de lo que ocurre con la literatura, campo en el que todavía no se han desmoronado del todo los códigos estéticos que permiten identificar la originalidad, la novedad, el talento, la desenvoltura formal o la ramplonería y el fraude y donde existen aún -¿por cuánto tiempo más?- casas editoriales que mantienen unos criterios coherentes y de alto nivel, en el caso de la pintura es el sistema el que está podrido hasta los tuétanos, y muchas veces los artistas más dotados y auténticos no encuentran el camino del público por ser insobornables o simplemente ineptos para lidiar en la jungla deshonesta donde se deciden los éxitos y fracasos artísticos.

A pocas cuadras de la Royal Academy, en Trafalgar Square, en el pabellón moderno de la National Gallery, hay una pequeña exposición que debería ser obligatoria para todos los jóvenes de nuestros días que aspiran a pintar, esculpir, componer, escribir o filmar. Se llama Seurat y los bañistas y está dedicada al cuadro Los bañistas de Asniéres, uno de los dos más famosos que aquel artista pintó (el otro es Un domingo en La Grande Jatte), entre 1883 y 1884.
Aunque dedicó unos dos años de su vida a aquella extraordinaria tela, en los que, como se advierte en la muestra, hizo innumerables bocetos y estudios del conjunto y los detalles del cuadro, en verdad la exposición prueba que toda la vida de Seurat fue una lenta, terca, insomne, fanática preparación para llegar a alcanzar aquella perfección formal que plasmó en esas dos obras maestras.

En Los bañistas de Asniéres esa perfección nos maravilla -y, en cierto modo, abruma- en la quietud de las figuras que se asolean, bañan en el río, o contemplan el paisaje, bajo aquella luz cenital que parece estar disolviendo en brillos de espejismo el remoto puente, la locomotora que lo cruza y las chimeneas de Passy. Esa serenidad, ese equilibrio, esa armonía secreta entre el hombre y el agua, la nube y el velero, los atuendos y los remos, son, sí, la manifestación de un dominio absoluto del instrumento, del trazo de la línea y la administración de los colores, conquistado a través del esfuerzo; pero, todo ello denota también una concepción altísima, nobilísima, del arte de pintar, como fuente autosuficiente de placer y como realización del espíritu, que encuentra en su propio hacer la mejor recompensa, una vocación que en su ejercicio se justifica y ensalza. Cuando terminó este cuadro, Seurat tenía apenas 24 años, es decir, la edad promedio de esos jóvenes estridentes de la muestra Sensación de la Royal Academy; sólo vivió seis más. Su obra, brevísima, es uno de los faros artísticos del siglo XIX.
La admiración que ella nos despierta no deriva sólo de la pericia técnica, la minuciosa artesanía, que en ella se refleja. Anterior a todo eso y como sosteniéndolo y potenciándolo, hay una actitud, una ética, una manera de asumir la vocación en función de un ideal, sin las cuales es imposible que un creador llegue a romper los límites de una tradición y los extienda, como hizo Seurat. Esa manera de `elegirse artista' parece haberse perdido para siempre entre los jóvenes impacientes y cínicos de hoy que aspiran a tocar la gloria a como dé lugar, aunque sea empinándose en una montaña de mierda paquidérmica. 

Mario Vargas Llosa, 1997.

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domingo, 9 de noviembre de 2014

Flatiron Building

Madison Square Eats
Un paseo neoyorquino muy disfrutable
Madison square eats
Salgo del hotel, a mi derecha la Herald Square , camino hacia ella y por la Avenida Broadway me dirijo hacia el emblemático edificio, el Flatiron Building ubicado en el cruce con la 5ta avenida.
Antes de llegar hasta él, pasas por la Madison square eats, el aire de jolgorio que se respira allí tal vez se deba al horario, ya son más de las cinco y muchos ya han salido de trabajar.


 En la Madison square eats puedes sentir los aromas más diferentes, debido a la oferta de alimentos tan variados y típicos de los lugares más distantes, combinados con los rostros mas diversos provenientes de multiples culturas y los idiomas más irreconocibles al menos para mi. Es una verdadera amalgama de pluralidad que convive en un espíritu de disfrute.
Disfrute por la arquitectura del lugar, te encuentras en una plaza rodeado de mucho verde y más allá rodeado de edificios muy altos
Yolanda Crosse en la Madison square eats


y luego como un gran espectador de lujo está el Flatiron Building



                                            


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Al costado de las plaquetas en la planta baja, se encuentra la puerta de entrada al comercio que estaba vendiendo los nuevos iphone 6, salidos al mercado el día anterior. Al entrar nos preguntaron si habiamos viajado para comprar el iphone 6, las filas para lograr ser el primero en conseguirlo se habían formado desde la madrugada y muchos habían llegado desde muy lejos. 
En ésta maravillosa ciudad  nos podemos encontrar con lo último en telefonía celular conjugado a uno de los edificios históricos más emblemáticos de Nueva York con tanta naturalidad  que nos brinda  una sensación increiblemente disfrutable. El propio Flatiron Building nació con una concepción inspirada en fusionar lo moderno, es decir, los edificios de gran altura, con lo histórico  evidente en parte por el trabajo de la fachada y su ornamentación, absolutamente fabulosa, impactante, maravillosa para mi gusto. El modo en que Nueva York, combina lo actual con lo histórico es admirable y  no creo que pase desapercibido a ningún visitante.